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Columna de opinión por
Benjamín Silva Torrealba

Foto de portada: Estudiantes Instituto Nacional y Pedro Aguirre Cerda, 1940. Archivo visual del Museo de la Educación Gabriela Mistral.

“Al niño se le conoce jugando con él, se le enseña a trabajar trabajando con él, se le enseña a respetar respetándolo a él”

Estas palabras, y la mirada educativa que sintetizan, fueron transmitidas por la gran maestra vasco-española Matilde Huici Navas, durante su ejercicio como directora de la primera carrera de Educación Parvularia universitaria en Chile entre los años 1944 y 1962. A nuestro juicio, la mirada que la querida “Doña Mati” o “La señora Matilde”, como la recuerdan más de diez de sus alumnas entrevistadas, expresan la principal problemática de la educación inicial hoy en Chile, a la vez que contienen la más rica fortaleza o virtud que tiene tanto la educación de 0 a 6 años como cualquier proceso educacional.

La educación inicial presenta un eje que debe estructurar al principal protagonista de una propuesta educativa: el encuentro y diálogo entre seres humanos. Con gran velocidad y creciente agresividad, desde ya hace unas décadas en Chile –más específicamente desde el retorno a la democracia– se ha buscado reemplazar dicha riqueza, aventura y desafío educativo, es decir, libertades que se encuentran, conocen y dialogan, por el “logro de aprendizajes esperados”, los cuales son “medidos” por, en y para pruebas estandarizadas (Simce, Inicia, PSU, carrera docente, indicadores y un muy largo etcétera).

Los seres humanos nos educamos –esto es, generamos un encuentro y diálogo de libertades– en la medida de que nos damos espacios y nos abrimos para reconocernos, conocemos, enriquecemos y caminamos a lo largo de etapas de la vida de forma conjunta. Dicho proceso no puede ser nunca estandarizado, ya que todos somos seres únicos, irrepetibles y de absoluta dignidad en la búsqueda de trascendencia.

Ser persona –y como consecuencia, ciudadanos con deberes y derechos– junto con comenzar a reconocernos como tales resulta ser el ADN o sentido vital de la educación en todos sus niveles, pero de forma especial en la etapa inicial. No existen dos clases iguales, no existen dos contenidos iguales, no existen dos “aprendizajes esperados” iguales.

Sin un horizonte amplio, diverso y único, la educación es triste y ridículamente reducida a una “instrucción-formación” (como se experimentó en el siglo XIX y XX) o, en términos actuales, “al logro de aprendizajes esperados”. La educación, no obstante, es una aventura, un camino –riesgoso, incierto e inseguro, y muchas veces con grandes e ingratos obstáculos– que busca, mediante el diálogo, despertar la capacidad de asombro del carácter único e irrepetible de cada ser humano. Todo está dispuesto –no sin un dejo de crítica ironía– para que se dé este encuentro y diálogo entre libertades, como genialmente expresa la gran maestra Matilde Huici y evidencia la historia social de la educación chilena.

Lo previamente expresado no implica un menosprecio del orden, rigurosidad, constancia, planificaciones y renovaciones metodológicas y didácticas; temas muy presentes en la visión de Doña Matilde. Todo lo contrario, ya que el carácter único e irrepetible de las libertades que se encuentran está completamente abierto a las transformaciones y cambios que las sociedades y los periodos históricos han desarrollado y seguirán desarrollando en el futuro. Pero no hay que perder el norte, como tristemente queda en evidencia en el actual sistema escolar, preocupantemente invasivo de la educación inicial.

No hay que dejar en el olvido que lo realmente educativo se da en el encuentro y diálogo entre libertades. Todo lo que ayude y potencie esto último es muy bienvenido (TIC, internet, planificaciones diversas, evaluaciones, rankings, etc), pero nunca hay que desatender que las herramientas son apenas eso; instrumentos al servicio de una búsqueda esencial. La locura de hoy es que las herramientas se han transformado en fines, olvidando su carácter transitorio y circunstancial, por más relevantes que puedan ser en un determinado contexto social e histórico. ¡Cuán arrinconados están en el sistema escolar y superior chileno los fines y cuán en el olvido se quieren dejar en la educación inicial hoy!

Pero el fin educativo, su eje vital –por el que vale la pena mantener la lucha cotidiana entre educando y educadores; con todo lo rico, complejo y heterogéneo que ello pueda implicar–, no puede olvidar que la meta central es que cada persona sea y descubra quién es. Y para ello el cambio es permanente y necesario; es una búsqueda infinita, un largo y pedregoso camino que se extiende por toda la vida y que se da en conjunto con otras y otros; una ruta que no puede ser medida en base a pruebas estandarizadas de calidad.

Un publicación más amplia sobre este tema se hará en el Tomo 5 de la Colección de Historia social de la educación chilena. Estado docente con creciente niveles de responsabilidad en sus aulas. Chile 1920 a 1973. Pensamientos, pensadores y demandas educativas, Ediciones UTEM, Santiago, programada para el segundo semestre de 2019.
Sobre el autor

Benjamín Silva Torrealba. Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, Licenciado en Historia y Licenciado en Educación por la Pontificia Universidad Católica de Santiago. Magíster en Historia, mención etnohistoria por la Universidad de Chile. Coordinador del Centro de Educación y Cultura Americana (CECA). Investigador de Instituto de Estudios Internacionales (INTE) de la Universidad Arturo Prat. Co-investigador en diversos proyectos de investigación de Fondecyt. Docente de la Universidad de Playa Ancha y de la Universidad Alberto Hurtado. En sus publicaciones, en libros y artículos de corriente principal, ha desarrollado dos grandes líneas de investigación: Historia social de la educación chilena e Historia del cristianismo en Chile y América.

Benjamín Silva es el compilador de la colección Historia social de la educación chilena, de Ediciones UTEM.

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