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Columna de opinión por
Dante Castillo, Director Ejecutivo del Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación (PIIE).

Foto de portada: Presidente Salvador Allende saludando a niñas y niños.

Recientemente se han cumplido 50 años de la publicación de la obra insigne de Paulo Freire, La pedagogía del oprimido. Con el respaldo del futuro ministro de Agricultura, nombrado por el Gobierno de la Unidad Popular, Freire escribirá el libro sobre educación latinoamericano más valorado en el mundo moderno.

Luego del golpe militar brasileño de 1964, el pedagogo debió abandonar su patria para refugiarse en Chile. En nuestra nación trabajó y participó en diversos procesos de alfabetización del mundo campesino, la mayoría ligados a las profundas transformaciones del proceso de Reforma Agraria. De esta manera, Freire colaboró con el programa de educación de adultos del Instituto para la Reforma Agraria (ICIRA). Dentro de la obra y el pensamiento freiriano, Chile y su gente campesina y popular, se constituye en el laboratorio que le permitió contrastar, madurar y sintetizar su pensamiento sobre una educación para la emancipación y la liberación de los oprimidos.

La publicación tuvo un fuerte impacto en la educación y la sociedad chilena, pero luego del golpe militar de 1973, los postulados de este manuscrito fueron proscritos de las escuelas y políticas de Estado y la publicación fue apilada como combustible de la hoguera de los libros “subversivos”. Pese a ello, durante los oscuros años de la dictadura, bajo un formato clandestino, la obra de paulo Freire fue levantada como referente para las prácticas de la educación popular y la resistencia democrática. Bajo su inspiración se formaron miles de líderes que, desafiando la política dictatorial, se formaron en las escuelas de educación popular.

Llegada la transición democrática, aún se mantienen experiencias educativas apoyadas en la praxis “freiriana”, pero al poco andar esta perspectiva es “opacada” por la hegemonía de las “nuevas” tendencias que surgen a partir de las transformaciones mundiales asociadas a la caída del muro de Berlín y el renacimiento de las concepciones neoliberales. En este contexto, la educación en general y los procesos de mejoramiento educacional en particular, abandonan la esfera de la política y se concentran en un quehacer exclusivamente tecnocrático, asociado a la transformación educacional desde la perspectiva de factores administrativos y de gestión. De esta manera, el discurso dominante confinó al pensamiento pedagógico de la Unidad Popular y de la pedagogía del oprimido a una dimensión romántica o bucólica donde Freire, como máximo, es incluido para adornar las presentaciones del establishment educacional.

Desde el año 1990, coincidiendo con la Declaración mundial sobre educación para todos, promulgada en la ciudad de Jomtiem, y con la arremetida descontrolada de las políticas neoliberales en educación, la sociedad chilena excluye a la política de la educación. Por acción u omisión, autoridades, académicos e intelectuales separan la esfera política y social de la educación. La escuela se “escolariza” y se centra sobre sí misma. La escuela emancipadora y transformadora de la Unidad Popular y de la Pedagogía del oprimido son significadas como experiencias anacrónicas, populistas o mesiánicas.

Luego de 30 años de la hegemonía neoliberal, la persistencia de la inequidad y los cuestionados “éxitos” de la educación “bancaria” están mostrando síntomas de fatiga. La cantidad y profundidad de las “anomalías” que muestra el modelo educativo nacional se han combinado con la respuesta movilizada de diversos actores sociales, que están sentando las bases para la relectura de la teoría latinoamericana de Freire y el componente político que la Unidad Popular le otorgaba a la educación.

En este naciente escenario, la obra de Freire contribuye a entender las posibilidades y consecuencias de la educación en una dimensión más amplia, integral y sistémica. La educación es en sí misma una práctica de la libertad. Del mismo modo, en tanto práctica, tal como lo señaló Kant en su Crítica de la razón práctica, es un hecho político. Por consiguiente, pese a la “angustia” o temor que lo anterior pueda acarrear en nuestras sensibilidades adiestradas por un modelo tecnológico, la institución escolar no es neutra. Por el contrario, siempre se debate entre dos “tipos ideales”; a saber, como un agente funcional al modelo dominante y reproductor del satatu quo, o como agente para la transformación y la emancipación de todas las esferas sociales.

Freire y la pedagogía que sostuvieron las iniciativas de la Unidad Popular se enmarcan en el campo de las propuestas poscoloniales, erigidas como un pensamiento de frontera que facilita la discusión, el diálogo y el cruce de pluralidades de saberes, lenguajes, culturas, espacios y tiempos. La educación requiere de este pensamiento dialógico y fronterizo. Desde fines de los años 60 y hasta el golpe de Estado de 1973, nuestro país avanzó significativamente en lo que hoy se ha bautizado como una “epistemología del sur”.

Sobre el libro y su autor

Escrito por Paulo Freire, el libro “Pedagogía del oprimido” (1968) se convirtió en uno de los legados más importantes que el autor entregó a la humanidad, siendo uno de los fundamentos de la pedagogía crítica. Su trabajo activo con procesos de alfabetización del mundo campesino y su aporte en programas de educación le permitió analizar, reflexionar y madurar su pensamiento sobre la liberación de los oprimidos. A cincuenta años de la aparición de su manuscrito en portugués, su pensamiento y preguntas sobre la forma de relación entre sujetos sociales siguen vigentes.

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