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Columna de opinión por
Ana María Campillo Bastidas

Foto de portada: Armando Uribe en su departamento de Santiago, 2002 . Disponible en Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-72551.html . Accedido en 30-01-2020.

En Chile hay, jurídicamente,
en el sistema legal, en las instituciones
y en la práctica, una dictadura imperfecta,
no una democracia imperfecta.
(El accidente Pinochet, 1999)

Armando Uribe Arce se fue a los cielos, como la Violeta, y ya debe haberse reunido con su eterno amor, Cecilia.

Hace ya tiempo supe de su humildad y su sabiduría, de su empeño vital, el mismo que mantuvo durante las últimas cinco décadas, en la embajada en Washington, el destierro y el retorno al país de la dictadura imperfecta: recordar y reconocer el pasado, develar la verdad para hacer justicia, para evitar la repetición del error y del horror, para construir un presente digno.

Uribe enlaza su poesía, su pensamiento crítico y su poética con la historia de Chile, al empellón mortal que significó el Golpe, “Córrete tú pa’ que me ponga yo”, y la dictadura que continuó en “democracia” (debo entrecomillar) disfrazada de normalidad en su feble parodia desde 1990 hasta el 18 de octubre pasado. Pero su pluma y su lengua filosa se hundieron mucho antes en las profundidades de la historia y el alma nacional.

Uribe sigue hablando. A quien quiera oír, le advierte que sus textos jurídicos y políticos valen más que su poesía. Que no sabe por qué le dieron el Premio Nacional, que sus versos “no valen nada”. Se ahoga desde hace mucho, pero habla, odia lo que odia y rabia como rabia, recibe a los curiosos, a los que quieren saber qué piensa de estos casi cien días, de este tiempo incierto, doloroso y hermoso, “uno de los más trascendentes y reveladores de nuestra historia”, como señaló esta semana, en su última declaración pública, el Colegio de Periodistas de Chile.

El accidente Pinochet (Sudamericana, 1999), Carta abierta a Patricio Aylwin (Planeta, 2008), Caballeros de Chile (Lom, 1998), De memoria, by heart, par coeur (Tajamar, 2006), entre otros tantos, ya habían hablado de la dignidad. Sin embargo, la voz del poeta, advierte aún: No se oye, padre.

Huele desde su cama el humo tóxico. Está acompañado, protegido, y sabe, le cuentan lo que pasa. A veces cree verlo todo desde su ventana, cree oír su propia voz multiplicada por el gentío multicolor, en el canto popular entonado por miles.

Escucha la sirena de la ambulancia que elude con dificultad la represión en las cercanías de la plaza. Le parece oír el motor del vehículo que apenas puede avanzar entre el chorro pestilente y la lluvia de plomo oculto.

No puede respirar. Tampoco ahora ve televisión. Nunca veía. Ojos que no ven, corazón que siente.

En la plaza, un joven intenta rescatar a su amigo que se queda sin aliento. Quiere llegar hasta él pero se levanta frente a ellos el horror oculto tras un tupido velo.

Tal vez Uribe quiso estar allí con los jóvenes, con las abuelas, los vagabundos, los borrachos, las capuchas de la primera línea, las desdentadas, los desdentados como él: “Me identifico más con la mayor parte del pueblo que, a cierta edad, y a veces joven, es desdentado”, decía

Tendido sobre su bandera, el joven de la plaza aguanta, mira a su amigo, sonríe y desfallece. Uribe dispara versos a dos calles de distancia, resistiendo a su propio ahogo. Los dos enarbolan sueños a contrapelo de su propia fragilidad. Él apura la muerte, el joven lucha por vivir.

El poeta de Chile, amigo entrañable de José Miguel Varas –otra voz imprescindible como la suya–, digno en su traje oscuro, acusa: “Son los mismos de siempre, los pillastres que provocaron el Golpe y que hoy muestran de nuevo su cola de lagartija”.

Tal vez parafraseó esa tarde a la muchedumbre y gritó su propio grito: “¡Con el pueblo, si no pa’ qué!”. Creo que desde donde está –no sé dónde queda el Cielo de los poetas– alcanza a oler la esperanza que ya anidó en el centro nervioso de Chile: la palabra dignidad, que acuñó la semiosis irreverente y callejera, ya es símbolo del nuevo tiempo.

Echaré de menos su gesto amoroso hacia los chinchineros desde su balcón frente al Parque Forestal. Se va, Uribe, justo ahora, cuando más lo necesitamos. Pero si ponemos atención, se escucha clarito la voz de la plaza: “¡Con Uribe, si no pa’ qué!”.

Adiós, don Armando.

Sobre la autora

Ana María Campillo Bastidas. Es licenciada en Letras y magíster en Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile; magíster en Edición de las universidades Diego Portales y Pompeu Fabra de Barcelona; y traductora en lengua francesa del Instituto Sampere de Madrid. Ha trabajado como editora y correctora, dirigido talleres literarios y se ha desempeñado como profesora de Literatura, Redacción y Edición de textos. Actualmente dirige un taller literario y trabaja como editora independiente.

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