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Columna de opinión por
María Angélica Rojas Lizama y José Ignacio Fernández Pérez

Foto de portada: LeLaisserPasserA38

Las imágenes de las llamas sobre la Catedral de Notre Dame en París –y específicamente de la caída de su aguja central– fueron viralizadas entre millones de espectadores en todo el mundo a través de internet y registradas por diversos canales de televisión. Fenómenos comunicacionales como este, que crean la ilusión de borrar distancias geográficas, han producido una realidad paradójica: de vez en cuando nuestras mediatizadas sociedades parecieran conmoverse por sucesos que ocurren a miles de kilómetros de distancia y no frente a hechos que podrían destruir patrimonios culturales locales.

Mientras ardía Notre Dame, una cantidad mucho menor de ciudadanos del mundo supo que el mismo día se quemó el techo de la sala de rezos de la Mezquita Al-Aqsa, en Jerusalén. Probablemente, una audiencia incluso más acotada en nuestro país conoce el hecho de que otra iglesia del estilo neogótico, la Basílica del Salvador, en Santiago, pasó más de 30 años sin siquiera comenzar a ser restaurada por los daños que sufrió a causa del terremoto de 1985. La conmoción internacional logró reunir en un día casi mil millones de dólares para restaurar la catedral parisina. La mezquita Al-Aqsa, el tercer sitio más importante para la religión islámica, no recibió una ayuda similar. La Basílica del Salvador deberá seguir esperando su largo proceso de restauración, pues nadie le ha donado toneladas de cobre y madera, como sí recibirá Notre Dame.

Podríamos recordar cómo el año pasado fue descubierto el afán acumulador de obras de arte, piezas arqueológicas patrimoniales de la Iglesia San Francisco y armas de la Guerra del Pacífico, por parte del empresario Raúl Schüler. Su vistoso patrimonio personal fue sopesado por la ciudadanía como una excentricidad, un lujo grácil del coleccionista, anécdota divertida que pasaba por alto el carácter de delito contra nuestro país y nuestra cultura el cual fue ampliamente cubierto por los medios. A pesar de que en su fundo de San Francisco de Mostazal se encontraron aproximadamente  20 piezas patrimoniales que habían sido reportadas como robadas, y de que Schüler fue acusado de delitos de receptación e infracción a la Ley de Monumentos Nacionales, el Tribunal Constitucional ha promovido por votación el cumplimiento de su condena en libertad debido a su “irreprochable conducta anterior”. Juzgue usted.

Considerando todo lo que hemos mencionado, podríamos esbozar otras preguntas: ¿cuál es nuestra real valoración de nuestro patrimonio cultural?, ¿cómo lo consideramos respecto de otros países?, ¿es patrimonio solo lo antiguo?, ¿los libros escolares para la enseñanza que pertenecen a bibliotecas CRA no serían vistos entonces como patrimonio?, ¿qué actos podemos considerar crímenes culturales?

Es interesante la reflexión acerca de cómo tratamos nuestro patrimonio cultural. No sabemos si realmente las obras se conservan de la mejor manera, bajo procedimientos adecuados, si tenemos profesionales y recursos para propender a la salvaguarda de dichos materiales. ¿Tienen nuestras principales instituciones patrimoniales los recursos adecuados, por ejemplo, como para impedir robos de sus colecciones? ¿Las bibliotecas, archivos y museos chilenos cuentan con los recursos necesarios para entregar preservación, conservación, acceso, atención y difusión de los diferentes materiales? ¿Cómo es posible que particulares, como Raúl Schüler u otros, ostenten en sus domicilios objetos patrimoniales chilenos y que la ciudadanía no comprenda el carácter de delito contra su propia historia que refieren estos hechos? En un vertedero, un basural en Vicuña, Región de Coquimbo, fueron encontradas decenas de libros escritos en mapuzungún que originalmente fueron entregados desde el Ministerio de Educación a colegios subvencionados de la zona. Este es el epítome de nuestra tragedia cultural. ¿Es posible que materiales de estudio de culturas ancestrales, de pueblos originarios, sean tratados de esa forma? ¿Para nosotros la información sobre la cultura mapuche es material de desecho que podemos eliminar, ocultar, cercenar y olvidar fácilmente, dejando como siempre salvaguardada la cultura hegemónica, aquella colonizadora que fue implantada desde Europa a sangre y fuego y que debemos ayudar a reconstruir por todos los medios si se incendia, se inunda o se demuele?

Quizás una catástrofe, como la del Museo Nacional de Brasil, producida por la incuria de las autoridades locales, no esté tan lejana en nuestras tierras, si asumimos  que instituciones patrimoniales chilenas, como bibliotecas y archivos a nivel público, deben lidiar constantemente con financiamientos precarios en comparación con otras reparticiones públicas u otras instituciones culturales, que sí son consideradas dentro de las industrias creativas: 68% para el Consejo de las Culturas y las Artes versus 32% para la DIBAM, antes de la creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, la que no ha venido a revertir este desbalance.

Recordando finalmente el mediatizado entierro en la Plaza de Armas de Santiago de la Cápsula bicentenario, y los objetos guardados para ser preservados en su interior, el llamado podría ser a clarificar cuáles son nuestras grandes cápsulas del tiempo, nuestros espacios para recordar el pasado y salvaguardar en el presente el o los patrimonios que les dejaremos a las futuras generaciones.

Sobre l@s autores

María Angélica Rojas Lizama. Bibliotecaria documentalista de la Universidad Tecnológica Metropolitana y máster en Metodología de la Investigación en Ciencias Sociales, Jurídicas y Humanidades, mención Historia y Patrimonio de la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Ha trabajado en la Biblioteca Nacional de Chile (Archivo de Música y Hemeroteca) y Archivo Nacional. Actualmente se desempeña en el Centro de Documentación de la Subsecretaría de Derechos Humanos.

José Ignacio Fernández Pérez. Bibliotecario documentalista de la Universidad Tecnológica Metropolitana y máster en Metodología de la Investigación en Ciencias Sociales, Jurídicas y Humanidades, mención Historia y Patrimonio de la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Es encargado de Extensión y Educación en el Archivo Nacional de la Administración y forma parte del Consejo de Investigación del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural desde 2017.

Ambos son autores del libro de Ediciones UTEM: El golpe al libro y a las bibliotecas de la Universidad de Chile: limpieza y censura en el corazón de la universidad.

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